Reconozco mi discapacidad,,, mi discapacidad para ver correctamente la realidad, para identificarme con el sufrimiento ajeno, para darme cuenta de cuán ciego soy a las necesidades de otros.
Permíteme darte un ejemplo:
En nuestra iglesia, organizamos varias reuniones para matrimonios en este año. Invitamos a varios para que participen en ellas. Repartimos tarjetas y todo. Pero nunca invitamos al matrimonio de Sigifredo y Ruth.
¿Por qué?
Porque él está postrado debido a una trombosis, porque casi no habla, porque tal vez ella no querría ir sola. Esas pudieron ser las causas, pero la verdad es que nunca me pasó por la mente invitarlos. Quizá las razones eran "obvias".
Después de leer un interesante artículo sobre "Las 18 heridas de la discapacidad", fui impactado con la octava herida, que trata sobre el distanciamiento causado por la segregación social o física. Consiste en que herimos a las personas con discapacidad cuando los excluimos de nuestras actividades o cuando hacemos programas solo para personas como ellos.
Ahí fue cuando noté que nosotros y yo mismo había cometido ese error con el hermano Sigifredo.
Pocos días después fui a ver a este matrimonio. Le conté a la hermana Ruthy que íbamos a hacer una cena para matrimonios en la iglesia y le pregunté si le gustaría ir con su marido.
Ella de inmediato me respondió que SÍ. Confieso que me llamó la atención su respuesta. Nunca me habló de sus limitaciones, ni presentó excusa alguna... solamente me pidió que los pasemos a buscar 45 minutos antes de la hora de citación porque es difícil sacar a su marido desde su pieza al comedor, luego a la calle, y finalmente subirlo a un auto.
En ese momento me percaté de cuán difícil era trasladar a su marido: de partida, no podía salir en silla de ruedas desde su pieza porque la disposición de las puertas se lo impedía; y había que pedir ayuda a otra persona para sacar en andas a su marido hasta el comedor donde podría ser sentado en la silla de ruedas.
De pronto se me ocurrió que podría ser de ayuda hacer un forado en una pared para instalar una nueva puerta, de modo que pueda entrar y salir la silla de ruedas hasta el borde de la cama.Se lo planteé a la hermana y a ella le pareció buena idea, y agregó que eso también permitiría que la pieza del Sigi reciba la calefacción de la estufa a combustión lenta del comedor y que esté más comunicado con ella.
Gracias a Dios, un par de semanas después llegó el día en que como ministerio de varones de la iglesia, pudimos llevar a cabo la idea. Y junto con el hermano José Ñanco y con el hermano Nino Sánchez, llegamos un sábado a hacer el forado y a instalar la puerta, lo que no fue fácil, pero estos hermanos sacaron la obra adelante.
Lindo trabajo el de ese día. Uno donó los marcos de la puerta, otro donó las bisagras, la iglesia puso la puerta y el resto de la madera, otro donó la mano de obra, otro fue su ayudante... y yo fui el ayudante del ayudante, pero fui muy feliz al ver que pude ser una coyuntura que unea los miembros del cuerpo (Efesios 4:16).
Por supuesto hicimos una pausa en el trabajo para disfrutar el rico almuerzo que nos ofreció la hermana Ruthy junto con su hija y nietos. Y al terminar la obra, oramos junto a los dueños de casa, dando gracias a Dios por lo vivido.
Termino esta crónica, diciendo que una semana después, volví con mi esposa a esa casa, y recibí la linda sorpresa de que el hermano Sigifredo, al saludarme, me dijo "amigo".
Ahora solamente falta que los pasemos a buscar cuando se realice la esperada cena de matrimonios en nuestra iglesia.
Santiago Castro Leguizamón.
Pastor en iglesia Alianza Cristiana y Misionera, en Loncoche.
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