Este año nos propusimos compartir nuestra mesa en Navidad.
Pensamos en dos hermanos de la iglesia (una madre con su hijo) y ellos aceptaron la invitación.
Luego supimos de dos jóvenes -que son hermanos entre sí- que podrían estar solos en su casa... y también aceptaron la invitación.
Dios mediante tendremos una cena para ocho. Lo hacemos porque Navidad es un propicio tiempo para amar.
Jesús será el centro en nuestra conversación y apartaremos un tiempo para que juntos le podamos adorar.
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